Leyendo esta mañana un artículo de opinión acerca del Storytelling o mejor dicho, del poder de las historias, me vienen a la mente todos los contadores de historias que hay por la vida, unos con historias más interesantes que otros, y si al fin y al cabo cada uno contara la suya -aunque fuera a su manera-, todas deberían ser respetables. Lo que me parece criticable es que la mayoría de las veces no es así.

Por eso creo que el peligro está en ese punto de vista que tantas veces distorsiona la realidad de las cosas, y en consecuencia, las historias. Simplemente con echar un vistazo en la red y navegar un poquito por los diferentes blogs de opinión (sobre todo los que están vinculados de algún modo a otras webs, ya sean medios de comunicación, partidos políticos o cualquier organismo o grupo empresarial de los que consideramos potentes), me parece impresionante que técnicas como repetir mil veces lo mismo engrandezcan eso “mismo” de lo que se hable (incluso cuando se trata de mentiras, por muy sofisticadas que las hagan parecer).  Así, el arte de contar historias se ha convertido en el arte de la manipulación.

En este punto tengo que citar al escritor e investigador francés Christian Salmon, que a lo largo de su bibliografía analiza la narración como una manera de simular, convencer y movilizar a la opinión pública: Lo importante ya no es el debate de ideas, sino la regulación de las emociones.

Y eso sí me preocupa enormemente, ya que me considero demasiado emotiva y aunque no soy fácilmente influenciable -a pesar de que en ocasiones pueda parecerlo-, en este maremágnum de historias no sería tan difícil naufragar y caer en las redes de los cuentacuentos engatusadores. Otra cosa son las críticas que se puedan recibir, y ahí, como buena defensora de la libertad de expresión, siempre que no vulneren los derechos de la personalidad, son y serán bienvenidas.